Tal vez yo era una pendeja que hacía muchas cosas que no debí de haber hecho ni por ella ni por nadie. Admito que cuando nos conocimos estaba en un bache existencial y solitario, hambrienta de emociones cualquiera. Y cuando una está así, prácticamente de pechito, hace hasta lo imposible por un poco de cariño. Con todo este tiempo de distancia, el alejamiento y las observaciones que gracias a eso he hecho, me doy cuenta de cómo llegue a perderme así. Pero sobre todo de lo cuidadosa que debo ser en relaciones futuras. No buscar la mitad de nada mientras no este yo entera.
Ahora me doy cuenta que yo también me equivoqué de persona. Y debo de tener los ojos más abiertos que antes. A eso viene uno a la vida, a vivir de todo también. Hay tres personas en Internet que me maravilla cómo escriben. Los tres manejan estilos muy diferentes, cautivadores para mi. A veces deseo que mi futura novia sepa escribir, que sea de esas personas que escriben –como yo- para desahogarse por todo. Que lo haga por gusto, por identidad, por búsqueda de sí misma. Las personas que tienen la costumbre de escribir suelen ser inteligentes. Y me encantaría que ella me escribiera, hiciera un blog, me escribiera cartas y cartas enteras. Que me contara muchas cosas y otras tantas se las inventara para entretenerme. Que admitiera sus defectos y se riera de ella misma. En pocas palabras que hiciera lo que yo hice cuando me enamoraba. Supongo que es la Ley de Murphy. Quiero ser el destinatario de alguien habido por escribir.
Mientras eso ocurre me escribo yo sola. Los domingos no me dan ganas de salir. No hay ningún punto de la ciudad que me sorprenda ni que me den ganas visitar. Todos los que fueron mis lugares favoritos ahora lucen tristes y aburridos; comercios cerrados, restaurantes solos, las calles descuidadas y sucias, el calor malhumorado, es como si la alegría que algún tiempo hubo estuviera reprimida en algún lado también. Todo eso me duele, por eso trato de evitarlo. Prefiero quedarme los domingos estudiando Filosofía. Es interesante.